Blog de lectura Martín Peinado

Lee, aprende y disfruta

*Recursos adaptados a los diversos ciclos de Primaria, muchos de los cuales provienen de fuentes externas al colegio.


      En un determinado lugar había un gato que era el terror de los ratones. No les dejaba vivir ni un instante. Les perseguía de día y de noche, de manera que los pobres animales no podían respirar tranquilos.

Como los ratones veían que cada día desaparecían varios ratones en las garras del malvado gato, decidieron hacer un consejo para estudiar el caso y buscar entre todos una solución al problema.

Una noche oscura, se reunieron en el lugar convenido todos los ratones de la vecindad. Después de saludarse cordialmente, pues el peligro hace que la gente se vuelva más amable, comenzó la asamblea.

Pasaron varias horas discutiendo, pero no llegaron a ningún acuerdo.

Entonces, un ratón se levantó pidiendo silencio. Todos se callaron y escucharon con atención la propuesta:

- Creo; que lo mejor sería atar un cascabel al cuello del gato, para que cada vez que se acerque a nosotros podamos oírle a tiempo, para poder escapar.

Los ratones se entusiasmados ante la idea, saltaron y abrazaron al que la había propuesto, como si fuera un héroe.

En cuanto se calmaron, el mismo ratón que había hecho la propuesta pidió de nuevo silencio y preguntó solemnemente:

- ¿Y quién le pone el cascabel al gato?

Al oír estas palabras, los ratones se miraron unos a otros confusos... y empezaron a dar excusas:

- Yo no sé hacerlo.

- Yo soy muy torpe y me caería.

- Yo me voy de viaje........

Y uno a uno se marcharon a sus casas sin dar ninguna solución al problema del gato.

Porque es muy fácil proponer soluciones, lo difícil es ponerlas en práctica.

      Estaba encendiéndose las luces de la calle cuando el aprendiz, con su escoba al hombro, salió por las calles del pueblo. Iba silbando y se dirigió a una lucecilla. Se abrió una ventana sobre su cabeza. Era la casa del señor José y un niño de cabello dorado preguntó:1

- ¿Quién eres tú?

-Soy el aprendiz del tendero Ezequiel. Dile a tu padre si quiere que le barra su tienda por muy poca cosa a cambio.2

- ¿Qué cosa a cambio?

- Solamente un trocito de carne.

El niño entró y volvió a salir,muy alegre,pues aquel aprendiz silbaba una canción muy bonita y le gustaba escucharla.3 

Pasa-dijo-Mi padre está conforme. Dice que siente compasión al saber quién es tu amo.

El aprendiz entro en la tienda oscura y fría,y empezó a barrer. El hijo del señor José se sentó en los peldaños de la escalera a observarlo. Al rato, se dió cuenta de que lo que barría el aprendiz tenía un brillo extraño.4

- Llama a tu padre y dile que he encontrado algo-dijo el aprendiz cuando formó un montoncito en el suelo.

- ¿Qué diablos quieres?-gritó el señor José al entrar por la puerta.5

- ¡Oh, señor!, no se enfade conmigo-dijo el aprendiz, haciéndole una reverencia- .Sólo quería avisarle de que he encontrado ésto en su tienda.

El señor José se agachó a mirarlo, y empezó a dar gritos de alegría:6

- ¡Oro,oro! ¡Venid todos,que hemos encontrado oro!

Acudieron la mujer y los niños. A todos le corrían la

lágrimas por las mejillas.

- Toma tú la mitad..Por haberlo encontrado-dijo el señor José.

- No-respondió el aprendiz-.Sólo quiero un trocito de carne.7

      Una pequeña historia cuenta que un sultán soñó que se le caían todos los dientes, por lo que llamó a un sabio para que interpretara lo soñado. El sabio, consternado, le dijo: “ Gran desgracia, mi señor, pues cada diente representa la pérdida de un familiar de vuestra majestad”.

El Sultán se enfureció por su insolencia y mando castigarlo.

Ordenó que fuera puesto ante él otro sabio que al escuchar el sueño exclamó: “Gran felicidad os ha sido dada, excelso señor, pues significa que sobrevivirá a todos sus parientes”.

El sultán asintió y, agradecido, ordenó que le dieran cien monedas de otro.

Un cortesano preguntó a este verdaderamente sabio cómo era posible que, habiendo realizado la misma interpretación del sueño, un sabio recibiera un castigo y él cien monedas de otro. Contestó sabiamente: “ Todo depende de la forma en que se dice; los seres humanos deberían aprender a comunicarse, pues de las palabras depende en gran medida la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. La verdad es como una piedra preciosa: si la lanzas, puede herir; por el contrario, si la envuelves con delicadeza y la ofreces con ternura, será aceptada y agradecida”.

[…]­


OFF. – Tú lo que quieres es que me coma el tigre, que me coma el tigre, mi carne es morenaaaaa…. Tú lo que quieres es que me coma el tigre, que me coma el tigre, mi carne está buenaaaa…


LOBO. – (Escucha con atención y mira el reloj, nervioso). ¡Ya está aquí! ¡Qué puntual! (Lo recoge todo y se esconde entre los árboles. Entra Caperucita cantando y bailando con paso saltarín. De repente aparece el lobo, simulando un encuentro casual y sosteniendo entre los dientes, distraídamente una ramita de tomillo).

LOBO. –¡AH! ¡Hola, Caperucita! ¿Cómo tú por aquí?

CAPERUCITA. – ¡Yo por aquí, tú por este “lao” y en el mar ruge el bacalao!(Sigue caminando alrededor del lobo).


LOBO.- ¡Qué poética estás hoy…!¿Se puede saber dónde vas?

CAPERUCITA. – (Se para, con cara de fastidio). ¡Qué pesao!!A ver si te lo aprendes de una vez! Todos los días la misma pregunta… ¿Pues donde voy a ir? ¡A casa de la abuelita, a llevarle unas cositas! (dice con retintín).

LOBO. –¡Ah…sí, sí…! ¡Je, je,je…! Es que soy un poquito despistao, ¿Sabes? Y… ¿Qué llevas en al cestita?


CAPERUCITA. ¡ –Y dale cabezón! Llevo lo mismo de siempre: unas longanizas, morcillas, unos cuantos ajos tiernos y …eso.

LOBO. – (Intrigado) ¿Eso…?¿Qué es eso?

CAPERUCITA. – (Pícara). Acércate y lo verás.

(El lobo se acerca y agacha la cabeza, momento que Caperucita aprovecha para sacar uno de esos martillos de feria y asestarle tres o cuatro golpes. El lobo cae a tierra espectacularmente: ¡TOING! ¡TOING! ¡TOING!)

CAPERUCITA.- “Eso” es una cosita para mi defensa personal, que no están los tiempos como para ir sola e indefensa por el bosque. ¿No creéis? (al público).

(Un guardia aparece de un salto por detrás de un árbol, con una libreta y un bolígrafo en la mano).

GUARDIA.- ¡Ajá!, ¡Por fin te pillé, Caperucita! ¡Y con las manos en la maza!

CAPERUCITA.- Es un martillo.

GUARDIA.- Me da igual; pertenece a la misma familia de los objetos contundentes, y estabas utilizándolo con (apunta muy rápida y exageradamente) nocturnidad, alevosía y reiteración sobre una especie protegida, un auténtico canis lupus.

CAPERUCITA.- ¿Especie protegida esto? ¿Este trasto? ¡Pero si es peor que un dolor de muelas!

GUARDIA.- (Apuntando en la libreta.) ¡Ajá!, y además con el agravante de escarnio, burla e insulto.

LOBO.- (Incorporándose medio mareado). Eso señor guardia… ¡Póngale todos los agravantes que pueda a este salvaje!

GUARDIA.- Usted cállese, que yo me apaño ,muy bien solito. Pero, pero… ¡qué veo! (Le quita el tomillo de la boca). ¡Hombre, mira que bien!, arrancando del bosque el tomillo, que se encuentra bajo una protección superespecial… ¡Se le va a caer el rabo, señor lobo! Mira por dónde, dos pájaros del mismo tiro. ¡A ver, las manos!

(Los dos extienden las manos y el guardia se las ata con la ristra de morcillas que lleva Caperucita). Y esto lo tiraremos, no vaya a ser que a la señorita le entren ganas de cascar almendras otra vez. ( Tira el martillo en medio del escenario). ¡Venga! ¡Adelante, adelante! (Salen de escena y enseguida a parece la abuelita por el otro lado gritando). 

ABUELITA.- ¡Eh, eheheee! Pero esto, esto… ¡Esto es una vergüenza! ¿Y a mí, a mí… a mí quién me come entonces, eh? (Se vuelve hacia el público ). Pero no me contestéis ahora… ¡Hacedlo después de la publicidad!

(Sale corriendo hacia el lado por el que han desaparecido todos y se oscurece al escena. Aparece la publicidad).

      Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.

El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido!. Y además, se pasaba el tiempo golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:

- Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos.

La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.

      Elena andaba preocupada aquellos días. -Estoy pegada en Matemáticas- le confesó a Mario-, y pasado mañana tenemos la evaluación. Seguro que no apruebo.

Aquel día, cuando volvía del colegio, se le ocurrió una idea luminosa. ¿Por qué no utilizar a Rulot para conocer de antemano las preguntas del examen? Fue a la calle donde estaba aparcado Rulot y entró en él, cuidando de no ser vista. -Vamos a ver si acierto a poner en marcha la Máquina del Tiempo- dijo. Pues sí, había acertado en sus manipulaciones. Vio en la pantalla la clase. Sus compañeras y ella misma estaban en sus puestos escribiendo. En la pizarra aparecían las preguntas del examen, con la letra clara de la señorita Alicia.

Elena sacó de su cartera un bloc y un bolígrafo y empezó a copiarlas, afanosa; entonces todo se emborronó en la pantalla y se oyó la voz metálica de Rulot:

- ¿Qué estás haciendo, grandísima tramposa?

- No puedo consentir que me utilices para hacer trampas.

Elena se sintió avergonzada porque comprendía que Rulot tenía razón. Por otro lado, consideraba que era absurdo tener un suspenso pudiendo evitarlo. Mira Rulot- dijo persuasiva. Si me ayudas esta vez, te prometo que en adelante estudiaré de firme y no volveré a hacer trampas. ¿Vale? Anda, di que sí... pero Rulot dijo que no. Elena entonces, irritada, apretó la tecla que bloqueaba el sistema de autocontrol de la máquina para que no pudiera interferir, y mantuvo la imagen de la pizarra el tiempo suficiente para ver bien las preguntas del examen.

Luego fue en busca de su padre: - Papá – le dijo -, ayúdame a sacar este problema que no me sale. Cuando tuvo la solución, Elena corrió a su cuarto para estudiarse las respuestas del examen. Cuando dos días después supo que había aprobado, no se sintió feliz. Al día siguiente fue a ver a Rulot. Elena, muy apurada, le pidió perdón y le dijo que estaba avergonzada por haber aprobado con tan malas artes y, sobre todo, por haber forzado a Rulot como lo hizo.

- Te prometo que nunca más lo haré. Ya sé que no me he merecido el aprobado.

- ¿Me lo prometes de verdad? - preguntó Rulot.

- Lo prometo. Estudiaré para sacar buenas notas por mí misma.

- Está bien. Te creo.

      En el campo, cerca de casa, va a comenzar el partido del año entre los “Super” y los “Grandes”, dos estupendos equipos de fútbol juveniles. Hay gran animación, han venido muchos niños de la escuela y el campo está lleno hasta los topes. Los “hinchas” llevan una pancarta escrita con el nombre de su equipo y frases que apoyan a los jugadores.

- ¡Hala, “Super”, somos los mejores y tenemos que ganar!

- quien así grita pertenece a este equipo. Es el entrenador, que anima a sus jugadores. 

A este saludo, los niños del equipo contrario contestan:

- ¡Ra, ra, ra, los “Grandes” nada más!

- Sus potentes voces se oyen en todo el campo. Es el equipo de la escuela.

A medida que avanza el partido, se destacan los ganadores. Los “Grandes” van marcando más goles, siendo el resultado del partido 5 a 2.

Contentos unos, tristes otros, todos regresamos a nuestras casas.

      Pedro no sabía exactamente a dónde iba. Por eso, cuando vio a sus padres preparar el coche, le preguntó a su hermana.

- Oye Andrea, ¿tú sabes qué pasa?

- Pero bueno, ¿todavía no te has enterado? Desde luego hijo vives en una nube. Vamos al pueblo, a visitar a los abuelos.

- Pero, ¿por qué? – volvió a preguntar Pedro.

- Pues muy sencillo – contestó Andrea- es el cumpleaños de la abuela y vamos a celebrarlo junto con los primos y tíos.

Pedro no había ido al pueblo desde el último verano y, de eso, hacía tres meses, pero lo recordaba perfectamente. Primero recorrían varios kilómetros por una carretera estrecha y sinuosa. Luego, tras subir una montaña, se abría un valle con mucho árboles y en el margen derecho de la arboleda, un río zigzagueaba entre juncos y retamas. Justo al pasar un puente sobre el río, un cartel anunciaba el nombre del pueblo. Era un pueblo precioso, de calles estrechas, casas blancas de enormes balcones y puertas viejas de madera con grandes aldabas. Apenas tenía tráfico y todo el mundo se saludaba con buenos modales.

Pedro vería a su amigo Luis, un niño de pelo rizado, risa traviesa y tirachinas en el bolsillo, con el que practicaba su afición favorita: agujerear latas de refresco. Pedro se sonrió maliciosamente recordando aquella tarde de verano cuando los dos amigos fueron al río para pescar renacuajos y lo único que pescaron fue una enorme regañina que traía consigo una semana sin helado.

Con una sonrisa en los labios, Pedro se sentó en el coche, pues cuanto antes llegara antes vería a sus abuelos y jugaría con su amigo Luis.