¿Qué aprendía Camilo en el Nilo?
El cocodrilo Camilo nació en el Nilo. El Nilo es un río muy largo, muy largo, muy laaaaaargo, que hay en un país que se llama Egipto. Ese país está lleno de pirámides, de momias, de camellos y de arena. Y también hay cocodrilos, claro. Camilo nació de un huevo porque no sólo los pollitos y los pájaros nacen de huevos, también las serpientes, los cocodrilos y las tortugas nacen de huevos. ¡Ah, y por supuesto los peces! Su madre se llamaba Camila y su padre Florencio. Le pusieron Camilo por su madre y porque rimaba con el Nilo. Camilo iba a la escuela de los cocodrilos desde muy pequeño. La escuela de los cocodrilos es muy diferente a la tuya, está al aire libre y a la orilla de un río. No tiene mesas, ni sillas, ni pizarra, ni puertas, ni ventanas y los cocodrilos no aprenden a leer y a escribir. No, los cocodrilos son animales de sangre fría y necesitan calentarse para poder funcionar, es como si estuvieran cargando las pilas. También aprenden a nadar y a dar vueltas sobre sí mismos. ¡Ah! y lo que es más importante para ellos, aprenden a camuflarse, a disfrazarse de troncos o de piedras para que no los vean y poder así pescar.
Y allí estaba Camilo, rebozado de barro como una croqueta, friéndose al sol y perfectamente camuflado de tronco, cuando unas manos lo agarraron por aquí, por el pescuezo para que no se pudiera revolver y morder a quienes estaban atrapándolo. Lo metieron en un saco oscuro. A los pocos días lo colocaron en un cajón de madera, con otros cocodrilos pequeños, y lo cargaron en un barco, donde apenas les daban de comer y sólo, de vez en cuando, los remojaban un poco. Cuando llegaron a puerto, estaban desfallecidos y muy fatigados.
A Camilo lo descargaron por la noche, sin que nadie lo viera. Allí, unos hombres se lo llevaron en una camioneta y, por fin, después de unas horas, lo metieron en un pequeño estanque que había en un chalet. Debéis saber que todo esto está prohibido, y las multas son muy gordas, pero aún así hay gente que lo hace.
Camilo empezó a recuperarse y a comer. Al principio iban muchas personas a verlo, y todos decían: “¡Uy qué mono!”. Camilo, que era un cocodrilo, no entendía porqué decían que era un mono. Estaba claro que tenía dientes de cocodrilo, piel de cocodrilo y cola de cocodrilo, así que empezó a pensar que aquella gente era un poco rara.
Su charca no era muy grande, pero podía tomar el sol y nadar. Así que hizo lo que hacen todos los animales cuando son pequeños y los que hacéis vosotros también: comer y crecer. Y claro, un cocodrilo no es un juguete, así que crecieron sus dientes y llegó un momento en que se convirtió en un peligro y nadie quería pasar por su lado ni acercarse al estanque.
Al final, la familia que lo había comprado, como pudo, lo metió en una jaula y, como eran unos irresponsables, lo llevaron a un pantano por la noche, lo soltaron allí y se marcharon después.
En el pantano, Camilo estaba muy asustado, y un animal asustado puede volverse muy peligroso. Le asustaban los ruidos extraños que se oían en el agua; ruidos que producían las pequeñas barcas a motor que paseaban por el pantano y también aquellos palos que se metían desde la superficie y se movían de un lado a otro. ¿Sabéis lo que eran? ¡Eran remos!
Un domingo por la mañana, mientras nadaba casi por la superficie, vio un palo de muchos colores que se movía y, para jugar con él, lo agarró con sus dientes. Cuando la familia que había alquilado la barca para dar un paseo por el pantano sacó el remo y vio que había un cocodrilo que tenía agarrado un extremo del remo por los dientes, se dio un susto morrocotudo. Los gritos de los niños fueron terribles, el padre estuvo a punto de soltar el remo, pero la madre, que era veterinaria, dijo que no podían dejar aquel animal allí, que era un peligro. Así que, con mucho miedo, se acercaron hasta la orilla tirando del remo que el pequeño cocodrilo había mordido y no soltaba. Lo sacaron a tierra donde, ayudados por otras personas, con unas lonas y redes pudieron calmarlo. Camilo tenía tanto miedo que no paraba de dar dentelladas por aquí y por allá, pero afortunadamente, no mordió a nadie. Llamaron a la guardia forestal, que se lo llevó en un transporte especial.
Su charca no era muy grande, pero podía tomar el sol y nadar. Así que hizo lo que hacen todos los animales cuando son pequeños y los que hacéis vosotros también: comer y crecer. Y claro, un cocodrilo no es un juguete, así que crecieron sus dientes y llegó un momento en que se convirtió en un peligro y nadie quería pasar por su lado ni acercarse al estanque.
Al final, la familia que lo había comprado, como pudo, lo metió en una jaula y, como eran unos irresponsables, lo llevaron a un pantano por la noche, lo soltaron allí y se marcharon después.
En el pantano, Camilo estaba muy asustado, y un animal asustado puede volverse muy peligroso. Le asustaban los ruidos extraños que se oían en el agua; ruidos que producían las pequeñas barcas a motor que paseaban por el pantano y también aquellos palos que se metían desde la superficie y se movían de un lado a otro. ¿Sabéis lo que eran? ¡Eran remos!
Un domingo por la mañana, mientras nadaba casi por la superficie, vio un palo de muchos colores que se movía y, para jugar con él, lo agarró con sus dientes. Cuando la familia que había alquilado la barca para dar un paseo por el pantano sacó el remo y vio que había un cocodrilo que tenía agarrado un extremo del remo por los dientes, se dio un susto morrocotudo. Los gritos de los niños fueron terribles, el padre estuvo a punto de soltar el remo, pero la madre, que era veterinaria, dijo que no podían dejar aquel animal allí, que era un peligro. Así que, con mucho miedo, se acercaron hasta la orilla tirando del remo que el pequeño cocodrilo había mordido y no soltaba. Lo sacaron a tierra donde, ayudados por otras personas, con unas lonas y redes pudieron calmarlo. Camilo tenía tanto miedo que no paraba de dar dentelladas por aquí y por allá, pero afortunadamente, no mordió a nadie. Llamaron a la guardia forestal, que se lo llevó en un transporte especial.
Lo trasladaron a un centro de recuperación de animales salvajes y lo pusieron en una especie de bañera. La verdad es que lo trataban con cuidado y nadie decía lo mono que era, pero a él no le gustaba estar allí, así que no hacía más que llorar. Y aquí entra en acción nuestra mascota, porque Pete se enteró de toda esta historia por la televisión y sintió mucha pena. Así que se montó en su cohetito y allá que se presentó. Llegó por la noche, cuando todos estaban dormidos y le dijo a Camilo que sabía toda su historia y que si quería volver con él al Nilo. Camilo se puso tan contento que de dos coletazos sacó casi toda el agua de la bañera. No sabemos cómo consiguió meterse en el cohetillo de Pete, seguramente con la magia “¡papapapú, papapapá!” que Pi y Pa habían enseñado al conejo. Pero el caso es que Pete devolvió a Camilo al río Nilo, y sus padres y sus maestros se alegraron tanto que hicieron una fiesta cocodrilesca que duró tres días. ¿Qué cómo son estas fiestas? Bueno, esto te lo contaré otro día.
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