Al anochecer
Los meses, desde noviembre hasta febrero, eran especialmente fríos en el cortijo al anochecer. Las noches de invierno eran largas. Toda la familia se sentaba en torno a la chimenea y un candil de aceite daba apenas luz al resto de la sala.
En las habitaciones, se colocaban braseros con las ascuas de la lumbre, para caldear el ambiente antes de acostarse. En las camas, los colchones de lana y las jarapas aplacaban el frío.
La familia junto a la hoguera, sentada en sillas de anea, se entretenían con algún quehacer. El padre trenzaba esparto, la madre cosía, la hija mayor desgranaba habas, maíz o granadas, el varón cosía una espuerta y a la pequeña le gustaba echar al fuego ramas de encina.
En algunas ocasiones, el padre contaba historias antiguas, en otras, escuchaba a sus hijos: sus deseos, sentimientos y preocupaciones. Y sólo rompía su silencio, para darles sabios consejos.
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